“Que un final sea feliz o no depende de, al
acabar la historia, si puedes sentarte o debes permanecer de pie.”
Mc. Flurry
Jr.
Si alguien
hubiera grabado la escena con una cámara de esas que graban en 360º y en una
sola toma, sin interrupciones, hubiera sido digno de película de autor.
Ahí estaba
nuestro buen pelukas, mirando como la cliente le decía “Xandra, me llamo Xandra, con la misma X con la que se
clasifican las películas porno. Y quiero algo especial.” Mientras se quitaba el
elegante abrigo con una sensualidad que ni el mejor viernes había visto en
Canal +, dejando ver que llevaba únicamente una especie de tanga, parte
inferior del bikini o algo así…
Peluk no
sabía qué decir.
Peluk no
sabía dónde mirar.
Peluk no
sabía cómo ocultar la ya incontrolable tienda de campaña.
La actividad
cerebral de Peluk solo dio para echar la persiana y poner el cartel de cerrado.
“Puto
uniforme de pelukator, ya podía ser de tela más resistente joer, que así no hay
quién oculte nada”, pensaba mientras trataba de ordenar en su cabeza las
palabras que salían de tan sensual boca y de las que no entendía una mierda
(que todo hay que decirlo, pero cuando la sangre está acumulada en un único
punto… es lo que tiene).
“Mira, te voy
a contar una historia. Yo tuve una araña que fue mi mascota durante 5 años
hasta que un malnacido la pisó. Tal vez fue culpa mía por llamar a
Tele_depilación@home, pero me pareció una buena idea … idea que se convirtió en
terrible cuando escuché el afeminado grito de terror sumado al crujido de mi pobre araña
pisada.”.
Peluk no
entendía nada, pero eso es prácticamente una situación habitual, aunque decía que
si porque no podía apartar la vista de esos pechos desafiantes.
Xandra se
quitó la única prenda que le quedaba, el tanga, quedándose con unas botas
piratas de tacón infinito. “¿Ves que no me he depilado hace algún tiempo?
Quiero que lo hagas tú, pero aprovecha que recortas y rasuras para dibujarme a
mi pobre arañita… Necesito saber, cada vez que me tire a un desgraciado de esos
que te entran en los bares, que ella va a estar vigilando la puerta de entrada”.
“Te
recompensaré bien, no te preocupes y olvídate de las tarifas que tienes
colgadas en la pared.”
Pelukas
decidió que lo mejor era empezar lo antes posible. De otra forma tendría que
abandonar la sala durante un par de minutos para desahogarse y eso, tal vez, no
estaría bien.
Empezó a
dibujar en un papel. Boceto tras boceto mientras tomaba medidas púbicas para
tener claro que ni se pasaba ni se quedaba corto.
“Perdone que
le toque las partes bajas, señorita, pero necesito acotar la zona”, repetía una
y otra vez ante la mirada de aprobación de Xandra.
Finalmente lo
tuvo (necesitó cambiarse de pantalones porque un accidente lo tiene cualquiera
y no siempre es bueno trabajar bajo presión), pero lo tuvo.
Y, peine por
aquí, tijera por allá, esa maquinilla eléctrica que tanto rebaja…, un poco de
cera y finalmente un masaje con crema hidratante de aloe vera.
Segundo
cambio de pantalón… “espero que esto acabe pronto porque como se me vuelvan a
escapar los fluidos voy a tener que pedir el delantal al frutero de la esquina,
que ya no me queda más ropa de cambio.”
Xandra se
levantó, se miró en uno de los múltiples espejos de la sala y sonrió
satisfecha.
“Muy buen trabajo,
Peluk, ahora si echas a los tres jubilados que llevan dos horas esperando en la
calle para entrar, hablaremos sobre cómo pagarte esto”.
Peluk salió
corriendo hacia la puerta, abrió y a base de collejas se quitó de en medio a
los tres abuelos que gritaban “joputa, bujarra, no volveremos… la próxima vez
que no tengamos nada que hacer iremos a ver alguna obra, que ya empieza a haber
otra vez.”.
Imaginad la
escena. Xandra desnuda y depilada tumbada sobre una de las sillas que había echado hacia atrás (de esas de las de lavarte la cabeza). Peluk con el ansia víva
comiéndole por debajo de la línea de flotación (incluso con las lorzas
post-veraniegas era inevitable darse cuenta de que algo había vuelto a cobrar
vida por ahí).
“Sé que te
gustaría hacer algo con este cuerpo, pero piensa en mí como tu hada madrina de
la semana y te ofreceré algo mejor”.
El jodío
Pelukas no podía pensar en nada mejor, es más, ni siquiera podía pensar en nada
que no fuera ese pibón y dudaba mucho que volviera a pensar en cualquier otra
cosa en los próximos 25 años. Pero accedió a escuchar…
“Te gustan
las motos ¿verdad?”
“Esto es lo
que tienes que hacer, abre la puerta y mira lo que hay en la calle. Va a ser
todo para ti”
El ansia viva
es algo terrible, en una Pelukatería, en un foro de guitarristas, en una
imprenta, … y Peluk no estaba libre de ella.
Y abrió la
puerta.
Y vio una
moto de esas de los Hells Angels, negra, cromada, reluciente, … un sueño para cualquier macarra. No había duda de ello.
“Gracias,
pero ¿no es demasiado por una depilación?”, dijo mientras se volvía para
descubrir que ya no estaba.
No estaba su
abrigo.
No estaba su
bolso.
No estaba el
tanga que había quedado tirado en el suelo.
Y solo
quedaba el rastro de los pelillos púbicos que habían sobrado tras depilar
dibujando un arácnido en tan apetecible cuerpo.
Lo daba todo
perdido cuando escuchó cómo la puerta se abría a su espalda. Algo le impedía
volverse mientras unas manos expertas desabrochaban su camisa de pelukator,
bajaban su pantalón y le hacían inclinarse sobre una de las sillas.
“Ah!....
juguetona, que me querías asustar pensando que no ibas a pagarme. “ dijo el Pelukas mientras volvía la
cabeza y descubría con pánico algo que nunca olvidaría.
Un Oso, si.
De los osos moteros que tienen esa doble personalidad de tipo duro cabalgando a
los lomos de su Harley y de tipo amoroso cabalgando a los lomos de sus
compañeros de cama.
Y nuestro antihéroe
Peluk, durante tres largas horas fue precisamente eso. El compañero sobre el
que cabalgó el Oso_Motero.
Pero todo
acaba y el motero acabó, dio la vuelta y salió del establecimiento. Peluk solo
se atrevió a volverse cuando escuchó rugir el motor de la Harley.
Y ahí llegó
el momento de PÁNICO. No solo la puerta estaba abierta, sino que alguien había
levantado las persianas y todos los vecinos del barrio estaban ahí, aún
sorprendidos por lo que había pasado.
Y no solo
estaban ellos. También estaba su ¿amigo? de la infancia con un cartel que decía…
“Siempre
quiso asesinar a su peluquero. 29 de febrero”.
y una malvada sonrisa en la cara.
Porque él sabía que esto había sido mejor que un simple asesinato.
Peluk se
subió el pantalón, cerró las persianas de nuevo y puso la radio para relajar un
poco los nervios (tenía una curiosa mezcla de miedo, indignación y de duda
porque en el fondo había llegado a disfrutar como una perra con las embestidas
del Oso_motero).
Y en la radio
sonaba el último éxito del Melancholic Duo.
“Lo que me faltaba, ahora estos dos con su música raruna”, pensó Peluk mientras
trataba de sentarse sin demasiado éxito y los sonidos melancólicos llenaban la
estancia...